La Unión hace la fuerza
Suena el despertador. Las 4 de la mañana. ¡Vaya horas! Maribel y yo nos miramos… ¡Qué necesidad! Últimamente esta frase me ronda demasiado por la cabeza haciéndome dudar a cada instante de si quiero o no seguir poniéndome un dorsal. Al menos esta vez será diferente, correré en pareja. Compartir una carrera con mi amiga es un aliciente nuevo que me motiva y me hace ver la competición desde otra perspectiva. Siento el temor de mi compañera por no estar a la altura; cree ser un lastre para mí. Pero no entiende que si hemos decidido correr juntas es porque deseo compartir esta experiencia con ella, asumiendo desde el primer momento que el equipo será tan fuerte como lo sea la más débil y que juntas trabajaremos por el bien de las dos. Es más, yo llevo un gemelo tocado y el miedo a que no me deje correr, lo tengo bien presente.
Amanece en la pequeña localidad francesa de Urepel antes de la salida. Verdes praderas nos rodean bajo un cielo amenazante.
Habituada a salir como si me fuera la vida en ello, encuentro placer en correr más tranquila esperando que mi amiga encuentre su ritmo. Tramos de pista y senderos a media ladera donde correr de forma fluida, se suceden con abruptas subidas y descensos verticales que ponen a prueba rodillas y tobillos. Los paisajes son un regalo para nuestros sentidos. El viento sopla fuerte en las cimas, pero la temperatura resulta ideal. Nos libraremos de la lluvia. Vigilo continuamente a mi compañera, alentándola, instándola a sacar lo mejor de sí misma pero siempre en ese punto de equilibrio que no la haga derrumbarse. Observo su rostro, sé que va sufriendo, pero no protesta. Su total entrega es admirable. Formamos un tándem perfecto. Estoy disfrutando como nunca. El último descenso es de infarto, de los que si tropiezas acabas rodando hasta abajo; la rodilla de Maribel protesta. Tememos que no la deje correr. Pero en cuanto el terreno pierde inclinación, parece darle tregua. El calor ahora resulta sofocante. Las fuerzas van ya justas, pero no podemos rendirnos, casi estamos. Se ve la iglesia de Saint-Etienne-de-Baigorry, parece que no lleguemos nunca. La emoción nos embarga atravesando las calles de este pequeño pueblo vasco-francés que conserva su encanto y autenticidad. Nos fundimos en un abrazo agradecidas por el esfuerzo compartido. Primera etapa superada con creces. Mañana será otro día. Apuramos quince minutos más de sueño; hoy cuesta horrores levantarse. A los primeros movimientos las secuelas del día anterior se hacen notar. Uno de mis tobillos duele (afortunadamente el gemelo parece haberse recuperado). Nos da la risa pensando en calzarnos las zapatillas de nuevo. Esto no es normal, estamos locos. Desde el mismo Urepel arranca la segunda etapa. Increíble lo rápido que responde el cuerpo. Siento el tobillo pero no parece serio, me dejara correr. Maribel parece encontrar el ritmo mejor que ayer. El viento sopla hoy con mucha más fuerza obligándonos por momentos a abrigarnos. Nubes negras se ciernen sobre nosotras pero aguantan sin derramar ni una gota. A pesar de la dureza del recorrido, volvemos a disfrutar de unos paisajes que reverdecen en todo su esplendor. El trabajo en equipo vuelve a obrar maravillas. Los últimos kilómetros resultan extenuantes para mi amiga, lo ha dado todo por mí, vaciándose por completo. A pesar del dolor y la fatiga, siento el orgullo en su mirada, la satisfacción de haberse superado a sí misma.
Y sí, amiga, eres mucho más fuerte de lo que tú te crees. Estos dos días te lo has demostrado a ti misma. A veces necesitamos una motivación que nos haga sacar la mejor versión de uno mismo. Gracias por tu esfuerzo, tu entrega, tu lucha… lo has dado todo por complacerme. Sin tu saberlo me has ayudado a disfrutar nuevamente de correr por la montaña, invirtiendo el orden de prioridades. Has logrado que me olvidara del dorsal para cuidar de nosotras, anteponiendo la amistad al resultado. En la etapa en la que me encuentro llena de dudas, miedos, preguntas sin respuestas… no puedo estarte más que agradecida. Fuiste la fuerza que impulsó mis piernas, corazón y mente. Siempre hay una razón que nos empuja a seguir entre las tinieblas, sólo hay que encontrarla