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Recuérdame que no vuelva más a la selva

nereatranskarukera

Recuérdame que no vuelva más a la selva

Suena el teléfono. Es Pablo Criado, ofreciéndome la posibilidad de correr un ultra en Islas Guadalupe. Me cuenta que no es una carrera típica, la vegetación y el terreno apenas permiten corren. Prueba de ello es el tiempo invertido por él el año anterior para cubrir 120km, 38 horas, me parece cuanto menos sorprendente. Pero bueno, una oportunidad así de viajar al caribe con todos los gastos pagados, no surgen todos los días. Sera cuestión de cambiar de chip, modo raid, y a vivir la aventura

Bajar del avión y un calor húmedo nos envuelve; no quiero ni imaginarme correr en estas condiciones. Hay vegetación por doquier; no es de extrañar. En cuestión de minutos el cielo se torna  negro, cae una tromba de agua y  el sol  calienta de  nuevo. Todo crece rápidamente Anuncian lluvias para el día de la carrera; lo prefiero, este calor es insoportable.

Apenas un grupito de corredores en la salida, no parece que vayamos a competir. Es todo muy familiar. Son las ocho de la tarde, hace una hora que aquí oscureció ya. Una suave brisa nos acompaña a lo largo del paseo marítimo,  pronto lo abandonaremos para adentrarnos, a través de unas calles empinadas, en la selva. “Welcome to the jungle”. El calor ahora es asfixiante. No tardo en ser consciente de lo que me voy a ir encontrando. Barro, piedras, raíces donde patino a cada paso. Rampas imposibles que salvo ayudándome de manos, rodillas…estoy sudando a mares y no me siento muy bien. Un descenso igual de entretenido nos lleva al rio; hay que remontarlo siguiendo su cauce. Con el agua a los tobillos, rodillas, cintura….resbalando en las rocas…mi cuerpo va perdiendo temperatura.

El “baño” me sienta como un bálsamo. Subimos cubiertos por la vegetación, cae una fina lluvia, el agua baja por el sendero. Me hundo en el barro, patino en las rocas, me aferro a todo para no caer, sin éxito. Arriba la vegetación se abre, pero sopla un viento fortísimo y la niebla apenas me deja ver. Pierdo las marcas. Giro en redondo desesperada, no hay camino, sendero, nada. Qué hago? Aventurarse en este terreno a ciegas, es una locura. Retrocedo en busca de la ultima marca. Me hago un ovillo y cubierta por la vegetación, me protejo del viento; no tardo en empezar a temblar. Estoy empapada. No puedo creerlo!, me voy a morir ahora de frío? Me abrigo con el Gore -Tex y un pantalón de pijama muy fino que había echado por si las  moscas para protegerme de la vegetación pero sin que me diera mucho calor. Espero, tiritando, a que aparezca algún corredor. En lo que a mí me parece una eternidad, veo una luz que se acerca. Salvada! Es un corredor local, conoce el camino. Me mira de arriba abajo, debo hacerle gracia con mi pijama, me pregunta que si voy a quedarme así vestida. Estoy yo para quitarme ropa! Aún tardare un buen rato en entrar en calor. Sin darme cuenta estoy de nuevo sola.

Llego al tercer avituallamiento, a partir de aquí entramos en una zona donde pasaremos más de ocho horas sin ver a nadie, nos recomiendan prudencia, calma. Hace calor de nuevo, me despojo de mis vestimentas de abrigo. Amanece. En  un constante sube baja,  la vegetación me cubre por completo, ni siquiera veo el sendero, con las manos por delante, me voy abriendo paso sintiendo como las ramas y hojas arañan mis piernas sin piedad. Tropiezo de nuevo, al suelo. Algo va mal, me miro la mano izquierda y veo como la segunda falange de  mi dedo anular forma un angulo de 90 grados con la tercera falange. Dios! Estoy a siete horas o mas del siguiente avituallamiento; debo hacer algo rápidamente. Cierro los ojos, me agarro el dedo con la otra mano y tirando de el,  lo coloco en su sitio. En cuestión de minutos tengo el dedo como una morcilla azulada.   Por momentos la vegetación se abre y me veo rodeada de verdes colinas. Seguimos con los ejercicios de contorsionismo para salvar ramas y troncos que cruzan los caminos. En un enganchón mi suunto salta por los aires; se ha roto la correa. Lo guardo en la mochila y ya no sabré mas en que hora vivo. Los kilómetros se suceden muy lentamente, alcanzo a un corredor, hablamos de la locura que estamos haciendo y para cuando quiero darme cuenta estoy  nuevamente sola. Me siento físicamente bien y voy haciendo sin desesperar. Al fin Las Mamelles, cuarto punto de asistencia. Cambio calcetines y  zapatillas, se han roto también. Me sujetan el dedo luxado al dedo corazón para impedir que se vuelva a ir.

Relleno líquido, como un plátano y sigo camino. Pistas y senderos llenos de barro pero algo mas fáciles me llevan hasta un pueblo a orillas del mar. Ha anochecido. Se siente de nuevo el calor. Una subida durísima de asfalto-cemento nos mete una vez mas en la selva. Vuelta a agarrarme a todo, a caerme, hundirme en el barro….cruzo un rio y enfoco con el frontal buscando las marcas. Veo una pared casi vertical y una cuerdas por donde subir. Cojo la primera y tiro de ella; uf, flexa un poco. Busco unos buenos apoyos para los pies en el barrizal. Trato de serenarme y concentrarme al máximo en lo que estoy haciendo, un resbalón y aparezco en el rio. Las manos llenas de cortes y el dedo lastimado duelen al aferrarme a las cuerdas con todas mis fuerzas. En el descenso, unos carteles anunciando peligro. Ja, no quiero ni imaginarlo, porque si lo que hemos hecho hasta ahora no era peligroso! Me asomo, una barrida con el frontal…mejor sentarme y arrastrarme por el barro, pero sin dejarme deslizar del todo para evitar clavarme las ramas y piedras que hay por todas partes. Es un ejercicio de destreza y equilibrio. Tengo el culo, la espalda, brazos y hombros doloridos de tanto golpe. Avituallamiento! Intento comer un plátano y lo vomito; mi estomago no acepta comida. Bebo isotónico y Coca-Cola, esto si se queda. A pesar de todo voy bien, aún con fuerzas y mentalmente entera. Última subida y bajada por caminos ya mas anchos; auténticos lodazales donde continuo  patinando. Empieza a amanecer y las primeras luces de civilización cercana me sorprenden.

Que gusto quitarme el frontal de la cabeza; lo sentía ya incrustado. Ahora los avituallamientos se suceden cada menos. Pruebo a comer un quesito, me sabe a gloria. Mi cuerpo pide sal. Me zampo otros dos y cojo alguno para el camino. Es lo único que me entra ya a estas alturas. Por fin puedo correr con normalidad;  asfalto, pistas y senderos planos me van acercando al mar.

El sol empieza a castigarme con justicia; miro al cielo y gimoteo, implorando a las nubes que cubran el cielo. Por momentos parecen escucharme, pero son solo breves instantes. Me vengo abajo, después de todo lo que he pasado, el calor abrasador me esta minando. Siento que voy a desplomarme sobre el camino. Quiero caminar, detenerme bajo una sombra, pero hay que seguir avanzando, poner punto y final a esta locura. La desembocadura del rio! Pienso en zambullirme, pero las heridas y rozaduras en carne viva  que tengo en todo el cuerpo me disuaden. Hay que cruzar en kayak. No se si mis  doloridas manos podrán coger el remo. Sin problemas, atravieso el rio en un suspiro; casi hubiera preferido llegar a meta remando. Desde allí tan solo cuatro kilómetros. Corro soñando con el final. La vegetación cubre el sendero y  no veo donde piso, salgo volando y me desplomo blasfemando, malditas raíces! Salgo a la carretera, callejeo y ya veo la iglesia. Vamos, esto se acaba, voy ya al límite. Cruzo la meta, creí que iba a emocionarme, pero no, solo siento alivio, quiero tumbarme en una sombra, despojarme del calzado y cerrar los ojos. Llevo 38 horas superándome a  mi misma

Qué locura es esta? Como alguien puede idear semejante carrera? He visto el peligro a cada paso. Mis heridas y el barro incrustado en cada poro de mi piel me recordaran en un tiempo la aventura vivida. He necesitado de varios días, muchas duchas y restregarme con esponjas de cocina para hacer desaparecer toda la porquería. Los recuerdos quedaran en la memoria.

Muchas gracias  Pablo  por  “brindarme la oportunidad de hacerme ver que puedo desenvolverme por mi misma en situaciones verdaderamente difíciles”.

Pero recordarme por favor, que no vuelva más a la selva