Buscando la luz
Los autobuses que llevaran a los corredores a la salida esperan. Me subo en uno y doy el ultimo adiós a Tito con un sentimiento de congoja y desamparo; finalmente no puede correr por lesión, tampoco podrá seguirme. Hasta mi llegada a meta no volveremos a vernos.
Un cielo gris amenaza lluvia. El frio viento no presagia nada bueno. Las dudas me asaltan, creo no llevar ropa suficiente.
Se sale en bajada por un bonito sendero a través de un bosque; unos primeros kilómetros muy rodadores me permiten enseguida entrar en calor. En algo más de una hora anochece y una llovizna comienza a calarnos. El terreno es muy pedregoso; piedra caliza pulida que con el agua resbala que da gusto. Hay que ir con cuidado para no caer. Se suceden unos continuos sube-bajas hasta iniciar el ascenso más largo de la carrera. La pendiente va siendo muy progresiva por lo que apenas me voy dando cuenta de ir ganando altura. Arriba, con la lluvia y el viento, se siente el frio; me abrigo con el chubasquero. Los caminos y senderos no terminan de ser del todo cómodos Demasiada piedra, resbalones, algo de barro, la lluvia que no cesa, la niebla que dificulta la visión….y la noche que va llegando a su fin. Qué alivio desprenderme del frontal! Las sienes y la frente me duelen a rabiar!
A mitad de carrera encontramos el avituallamiento con nuestra bolsa personal. No he dejado más que una camiseta de tirantes, que dadas las circunstancias, no me voy a poner; !qué error de previsión! ! Cómo no he metido más ropa por si las moscas! Estoy calada hasta los huesos, tengo las piernas rojas y entumecidas, las manos ni las siento……sé que no debo permanecer mucho tiempo allí so pena de no moverme más. Como algo, relleno las botellas, me quito las piedras de las zapatillas, dejo el frontal preparado con una batería nueva para la segunda noche y salgo corriendo buscando entrar en calor lo antes posible.

A partir de aquí el recorrido se torna más horrible, sin grandes desniveles, pero las piedras y el barro no desaparecen. La lluvia arrecia con fuerza y siento instalarse en mí un frio intenso. Llego al siguiente punto temblando de pies a cabeza. Varios corredores envueltos en mantas con la mirada perdida en el vacío me hacen ser consciente del problema. Me siento y me cubren también con una manta; lloro, ciento que mi carrera termina allí. Estoy helada, toda la ropa calada y nada seco que ponerme. No puedo seguir así! Pienso en Tito que me está esperando, en los sentimientos de decepción y frustración que tuve tras mis abandonos en los dos últimas ultras, me veo llegando en coche a meta con la desilusión dibujada en mi rostro………no quiero volver a pasar por esto; solo es frio lo que tengo. Mi cuerpo y mente funcionan a la perfección. Solo es frio. Debo intentar conseguir ropa seca y salir de allí. Con lágrimas en los ojos suplico porque alguien me deje algo. Salvada! Unas chicas que deben estar siguiendo a algún otro corredor me traen varias prendas; me ayudan a cambiarme y con la manta de supervivencia a modo de falda, salgo de allí con la firme resolución de llegar cueste lo que cueste.
Las horas pasan, la lluvia no cesa y el viento ha hecho jirones mi improvisada falda. El frio vuelve a colarse muy dentro. Llegando a un pueblo, a las puertas de un restaurante, veo a un camarero charlando con otro hombre; lleva un delantal que le cubre hasta las rodillas. Aquello podría irme muy bien. Ni lo dudo. Me acerco y suplico en ingles por si me puede dejar algo parecido para entrar en calor. Me miran, debo hacerles gracia, el camarero entra dentro para traerme algo mientras su amigo abre los brazos diciéndome que él me calienta; qué guasa! Al menos me arranca una sonrisa.
Me tiende una bolsa gigante de basura. Perfecto! Puede servirme. Deposito lo que queda de manta de supervivencia en una papelera y me coloco la bolsa como una nueva falda. Con las piernas resguardadas del agua y el viento, y tratando de no parar de correr, no tardo en sacudirme de encima la horrible sensación de frio.

Me voy animando, la meta cada vez más cerca. A menos de veinte kilómetros la oscuridad me envuelve. Voy a echar mano del frontal y no lo encuentro; busco y rebusco, doy la vuelta a la mochila, la sacudo y nada de nada. Nooooooo, grito, lloro, pataleo, es una ironía del destino; perdí el frontal.
Después de lo que he pasado no puede acabarse allí la historia. Recuerdo que siempre llevo en un bolsillito un frontal de emergencia; allí esta. La luz que da es ínfima, pero con él en la mano, tratando de enfocar los pies para no tropezar, voy haciendo camino. Me cuesta ver las marcas, me pierdo varias veces, pero trato de alejar de mi cualquier pensamiento negativo. Estoy avanzando y eso es ahora lo más importante.
Al fin unas luces! Debo estar llegando! Entro en el pueblo. Tito, ya preocupado, espera para cubrir conmigo los últimos metros. Me mira y no dice nada; al verme de aquella guisa sabe que no ha debido ser fácil. Lo he conseguido! La satisfacción de haber resuelto los contratiempos es indescriptible. Ahora puedo dormir en paz, “encontré por fin la luz”